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26 diciembre 2007

Igual que ayer

En esta misma casa donde ahora me encuentro esperando la llamada que me anuncie la muerte de mi tía, hoy he recibido una llamada que no esperaba.

La última vez que vi a mi tía fue el lunes, 24 de Diciembre. Llevaba con las defensas bajo mínimos desdel el sábado por la noche, y estaba en lo que los médicos llamaron “48 horas críticas”. Por eso la llevaron a una habitación individual y tuvimos que entrar a verla de uno en uno y con mascarilla. Hoy sigue igual o peor que en esas 48 horas, y el desenlace parece inminente. Y yo, con algo parecido a un resfriado desde entonces, dudo que vuelva a verla, pues el miedo a matarla con mis virus es inevitable, y cuando me recupere posiblemente ya sea tarde.

El lunes, nada más levantarme para ir al hospital, ya me empezó a doler todo el cuerpo, y la cosa iba a más. Recuerdo que ya antes de entrar a verla el dolor de cabeza me estaba matando (qué curioso la facilidad con que usamos un verbo tan grave para cosas, en comparación, tan ridículas), pero aún así quise entrar, aunque no podíamos ya besarla ni apenas cogerle la mano sin desinfectarnos nosotros antes. Para entrar a la habitación parecíamos cirujanos antes de entrar a un quirófano, como en las películas.

Recuerdo también que apenas estuve dos minutos con ella. Recuerdo que tosí dos veces y giré la cabeza instintivamente al hacerlo, incluso con la mascarilla, y que ni siquiera quise tocarle el brazo. Recuerdo las dos frases tontas que dije intentando aparentar normalidad y no hablar de lo evidente, y recuerdo que a duras penas la entendí ccuando ella me respondía. No me sentí incómodo, ni violento o emocionalmente abatido, pero recuerdo despedirme rápidamente de ella y salir de la habitación. Y recuerdo que al día siguiente pensé en esos dos minutos, y en que fueron los únicos del día en los cuales mi dolor (o el físico, al menos) desapareció como por arte de magia.

El resto del día, Nochebuena incluida, me lo pasé en casa de mi tía tumbado y/o durmiendo, y ni siquiera los analgésicos me aliviaban el dolor de cabeza. Estuve hecho una piltrafa como hacía mucho que no me pasaba. La cena desde luego tampoco tuvo nada que ver con ningún año anterior, ni con las fechas que eran. En todo el día apenas recibí 4 mensajes de felicitación, de los 33 de media que oí en un telediario que eran lo típico. Tres de ellos eran “preescritos”, de los que yo llamo spam o correo indeseado: por muy buena que sea su intención, siguen sin ser solicitados y el poco esfuerzo hecho al redactarlos (ninguno) y al enviarlos (escaso) anula gran parte de esa buena intención. Y aunque respondí a todos con una respuesta individualizada, sólo el cuarto realmente me hizo ilusión y tampoco me hubiera importado no recibirlo, porque sé que su remitente se acuerda y se preocupa por mí, especialmente en estos días pero no sólo por ser Navidad. Realmente no tengo una amiga, tengo un tesoro. Gracias, preciosa.

Yo, dadas las circunstancias, ni tenía el ánimo para mandar muchos mensajes ni la cabeza para pensar demasiado, pero sí quería mandar al menos uno, a una persona muy especial. Lo redacté pero no llegué a enviarlo. Lo modifiqué un par de veces entre esa noche y el día siguiente, pero no salió nunca de mi móvil. Con todo lo de mi tía no me parecía el mejor momento. Ya tendría tiempo, lo primero es lo primero.

Y esta mañana salí al jardín a hacer una llamada de trabajo, y nada más colgar, suena mi móvil. He cambiado de terminal varias veces últimamente, pero uno de esos contactos de los que nunca dejo que se me pierda su número es el de ella. Incluso le pongo su fotografía correspondiente. Aunque casi nunca nos llamemos siempre la llevo encima, en mi móvil. Y ahí estaba, en la pantalla de mi móvil, la foto de Inés, mi Inés, mi amor platónico, que en una de esas escasísimas ocasiones me estaba llamando. Me he quedado un segundo mirando su foto en la pantalla sin reaccionar apenas, sin mostrar siquiera sorpresa, como sin creérmelo, hasta que por fin he contestado. Y como si hablara todos los días con ella.

De nuevo su voz, su tremenda alegría, su infinita dulzura, ese cariño que me demuestra y me transmite y que no deja de sorprenderme cada vez que hablo con ella. Es increíble, realmente increíble el aprecio que me tiene después de tantos años y de tanto tiempo que pasamos sin vernos. Y qué pena que por tan poca cosa como apenas... ¿cuánto, seiscientos kilómetros? ...ese aprecio no haya podido convertirse en amor como el que yo desearía. Que pena que mi amor por ella no pueda dejar de ser platónico. Se me eriza la piel sólo de pensar lo fantástico que sería tener a alguien así a mi lado por las noches.

Esta vez Inés me ha llamado para preguntar por mi tía. Se había enterado de algo pero no sabía el alcance de la enfermedad, y para preguntarle a alguien de la familia se decidió por mí. Se lo he contado todo, y no acababa de creérselo. Aquí, en casa de mi tía, ella ha pasado también muy buenos momentos, con mi primo y conmigo mismo. Tantos recuerdos le han venido a la mente al pensar en la cercana muerte de mi tía que al comunicármelos a mí por teléfono yo mismo los estaba viendo, de pie como estaba frente a la piscina donde Inés y yo nos bañamos juntos tantas veces, en la casa donde por una noche incluso compartimos habitación. Recuerdo que esa misma noche no compartimos un colchón en el suelo justo en el rincón sobre el que me encuentro escribiendo estas líneas, porque me negué yo mismo, ya que su inocencia, supongo, le impedía ver el alcance de mis sentimientos hacia ella, y yo preferí dormir en el sofá de al lado, supongo que para no mancillar la bonita amistad que nos unía con cualquier pensamiento sucio que me pudiera venir, aun de manera inconsciente, mientras dormía. Hoy tal vez me arrepiento, y me gustaría poder aferrarme como a tantas otras ideas bobas y romanticonas, al recuerdo de haber compartido cama con ella. Sobra decir que no pegué ojo en toda la noche, y no porque el sofá fuera incómodo.

En fin, tantos recuerdos que ahora a la tragedia de mi tía se une la añoranza de lo que tuve con Primilla y el pasado y el presente de mi amor platónico “de toda la vida”, a quien no he dejado de repetirle lo mucho que me gustaría verla, aunque dudo que sea posible dadas las circunstancias. Tendrá que ser el año que viene, con un poco de suerte. Ella me ha pedido que la informe de lo que pase, y que la llame en cualquier momento si necesito lo que sea, a cualquier hora del día o de la noche. No descarto llamarla y hablar con ella en los próximos días, aunque lo que desearía es poder verla y, quién sabe, tal vez hablarle de lo que llevo dentro desde que la conocí.

Y mientras tanto me siento culpable y un maldito egoísta insensible, porque ando encerrado en casa con la abuela y los nietos mientras los “mayores” hacen vela en el hospital, pensando en ver a mi Inés y en lo mucho que echo de menos a mi mejor amiga, mientras que hace días ya que no derramo una lágrima por mi tía, a la que tal vez le queden no días, sino horas de vida.

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Anonymous Anónimo said...

eres una gran persona y es normal q sientas, te ilusiones e incluso q te diviertas, por desgracia se por lo q estas pasando yo me senti igual pero 5 años depues me doy cuenta q si no fuera por todo eso q senti y me ilusiono abria muerto de pena ,asi q disfruta de esas llamadas ,q nadie y menos tu tia te lo va a echar en cara . un besazo . Teno ganitas de verte winy

9:16 p. m., diciembre 27, 2007  
Anonymous Anónimo said...

siento muxo todo lo q estas viviendo,se como t sientes pero esas pequeñas cosas que te animan es lo que te mantiene erguido en muxas ocasiones,si no fuese por ellas te hundirias muxo mas de lo q piensas.es ley de vida y la mayor putada pero no nos queda otra q asumirlo y mirar hacia adelante. un beso grande

4:43 p. m., diciembre 30, 2007  
Anonymous Anónimo said...

No sé si a estas horas ya habrá habido un desenlace... en cualquier caso, que sepas que puedes contar conmigo para lo que necesites.

Yo también he estado muy ausente estas navidades, aunque por circunstáncias muy diferentes y, despues de leerte, sin importáncia. Es curioso tambien lo poco que importan realmente muchas de las cosas que nos traen de cabeza.

Disfruta de los buenos momentos, al 200% si cabe, y tenlos siempre presente. Los malos, en una cajita y al fondo del armario.

Un fuerte abrazo

9:43 a. m., enero 04, 2008  
Anonymous Anónimo said...

fenomen :P

9:43 a. m., enero 04, 2008  
Anonymous Anónimo said...

fenomen :P

9:43 a. m., enero 04, 2008  

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