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24 abril 2008

El orden de los factores

No tengo ninguna gana de volver a currar en la fábrica, a pesar de que allí está mi amiga Sandra y eso suele ser motivo más que suficiente para que me lo plantee al menos.

Pero mi nueva "profesión" me está gustando, y mucho. Lo cogí con ganas, y aunque ya no es lo mismo que al principio, tiene sus cosas buenas, que de momento ganan a las malas.

Pese a que las habilidades sociales no son mi fuerte, de lo cual se aprovechó en su día la psicóloga que me hizo entrenarlas por un nada módico precio por sesión semanal, arrancar una sonrisa a una anciana dolorida en la sala de urgencias no tiene precio, y tampoco es muy difícil. A veces basta con una sonrisa, o simplemente con escuchar lo que quieran decirte.

Con los niños ya es mucho más difícil, sobre todo los pequeños. Pero también hay alguno que entra asustado, y sale diciéndote adiós o lanzándote besos. De nuevo el orgullo y el reloj biológico (¿los hombres tenemos de lo segundo?) se hacen notar.

También es cierto que no faltan, y son mayoría, los ancianos en cama que no pueden moverse y apenas respirar, los accidentados y politraumatizados con más dolor y sangre de la que ambos desearíamos, los malos olores, los líquidos corporales, los gritos, los lloros (de niños y de mayores), los desmayos...

Pero de vez en cuando hay algún paciente que le pone la guinda al pastel. Hoy, con la mayor guinda de todas, con la madre de todas las guindas, he recordado algo que nos dijeron en el cursillo de cuatro días que hemos hecho este fin de semana en Mojacar, Almería. Nos contaba un profesor con un ejemplo el poder que nos otorga el uniforme blanco o el hecho de estar en un sitio habitual para nosotros pero desconocido e intimidante a veces para quien acude enfermo.

Este profesor trabajaba en medicina digestiva de un hospital cuando salió a llamar a un paciente por su nombre y primer apellido. La mujer respondió y pasó a hacerse la prueba correspondiente, en concreto un enema opaco. Esto es, para los no iniciados, que te desnudan y te dan una batita de esas con el culo al aire, te tumban en una mesa y te meten por el culo unos dos litros de un líquido blanquecino. No debe ser nada agradable. Una vez terminada la prueba, le indican a la señora que ya puede vestirse y marcharse a su casa. "¿Y mi marido?", preguntó ella entonces. Y ante la sorpresa del personal del hospital, descubrieron que quien debía hacerse una prueba era su marido, que ella venía de acompañante, y que casualmente se llamaba igual que otra mujer que tenía otra prueba ese día y que al salir a llamarla en ese momento no estaba en la sala de espera. La mujer se había sometido a todo el proceso sin rechistar y siguió las órdenes de los auxiliares y el médico sin decir esta boca es mía.

Al hilo de todo esto viene lo que hoy me ha hecho ponerme a escribir. Yo nunca he tenido problemas, desde el principio de las prácticas, en preguntarle a las chicas jóvenes que vienen a hacerse una placa de torax si llevan sujetador, y pedirles que se lo quiten si es el caso. Si alguna vez le dijera algo parecido a alguna chica en una discoteca, estoy seguro de que no me resultaría tan fácil que me obedecieran. Aunque bueno, todo es probar. Para una chica joven y sin dolor (una placa de torax es muy habitual y no suele ser por nada grave, preoperatorios aparte) quitarse el sujetador sin quitarse la camiseta es de lo más fácil. Normalmente incluso me doy la vuelta para no estar mirándola y no ver la prenda cuando la dejan en cualquier sitio. Nunca está de más tener precauciones en ese sentido. Al contrario de lo que pudiera parecer a priori, nuestra generación tiene más reparos en desnudarse que la de nuestros abuelos, al menos en el médico. Supongo que es uno de los motivos por los que en mi hospital no me está permitido realizar mamografías (y por tanto acabaré las prácticas sin haber aprendido a hacerlas).

El caso es que nunca desnudas a la paciente del todo, y aunque se adivinen siluetas a través de la ropa que con sujetador no se verían, uno es un profesional (o pretende serlo) y no desvía la mirada de donde toca.

Algo diferente es cuando se trata de placas de abdomen. La zona a explorar va desde prácticamente el extremo inferior del esternón hasta la sínfisis del pubis. Para ello hay que tumbar a la chica boca arriba, quitar el sujetador si lleva aros (o subirlos estos por encima de las mamas para no tener que quitarlo), y bajar un poco el pantalón hasta media pierna, por encima de la rodilla, si éste lleva cremalleras, botones, cinturón, etc.

Aquí es cuando reconozco que al principio me ponía nervioso. Sigues sin desnudar a la paciente (la ropa se la arregla ella según le vas indicando), pero un punto de referencia para hacer la placa es la pala ilíaca, para lo que hay que tocar en el costado a la altura del ombligo para localizarla, y el haz de luz tiene que abarcar, si es posible, todo el pubis, por lo que es imperativo mirar esa zona tan íntima y tan convenientemente tapada con la ropa interior.

Una cosa es ver una paciente vestida sabiendo que se ha quitado la ropa interior, o ver su sujetador encima de una silla, y otra muy distinta es tener que tocarla estando ella tumbada y verle esa otra prenda interior perfectamente puesta en su sitio.

Una tarde salí a llamar a un paciente y vi sentada en una silla de ruedas un poco más allá a una morena es-pec-ta-cu-lar. Un pelo precioso, guapa, delgadita por lo que pude adivinar, y un escotazo hasta aquí (léase hasta muy abajo). Entro, miro los volantes, y... premio: 22 años, placa de abdomen. Debería haberle hecho la placa como el profesional que pretendo ser, pero le dije a la chica que estaba ese día trabajando conmigo que si se la hacía yo, podría estarme allí hasta el lunes (y esto fue un jueves). Al final le hizo la placa mi compañera.

En cambio al día siguiente vino otra chica joven por otra placa de abdomen. Realmente era atractiva, pero como no la vi hasta que la tuve dentro de la sala, no me quedó otro remedio que hacerla. La tumbé, le dije que se abriera la cremallera de la chaquetilla que llevaba y que se levantara el sujetador. Cuando le dije que se bajara el pantalón me miró mal. No pasa nada, le dije, te pongo una sabanita por encima si te da vergüenza. Así, perfectamente tapadita, acabó de colocarse y le hice la placa. Resultado: me costó mucho más centrar la imagen y la cremallera salió en la placa tapando partes del abdomen, así como el piercing del ombligo que como no se lo vi, no me acordé de pedirle que se quitara. Siendo estudiante, el radiólogo no se va a quejar por eso, pero debería haberle repetido la placa. No lo hice, por su bien y por el de sus ovarios y su posible descendencia.

Así que normalmente evito tapar a las chicas si no es imprescindible, y la vergüenza al hacer este tipo de placas con este tipo de pacientes ha disminuido bastante por mi parte. Hoy, retomando de nuevo lo retomable, como decía antes ha llegado la guinda de todas las guindas. Uno de los técnicos es el que me ha pasado el volante antes de ver a la paciente, que en realidad no me tocaba hacer a mí: "esta te gustará hacerla a ti". Al ver a la chica en cuestión los dos nos hemos asombrado, y yo creo que él incluso se ha arrepentido de ser "amable" conmigo. Si la morena de aquel día era es-pec-ta-cu-lar, la rubia de hoy, de 20 añitos, no tenía nada que envidiarle (salvo que no venía tan arreglada y con ese escote hasta aquí).

Me acerco a la chica y le explico antes de tumbarse: "quítate la chaqueta y te subes el sujetador pero te dejas la camiseta encima". A todo esto la chica me miraba un poco seria y sin decir ni mú, y la veo que, de pie enfrente de mí antes de tumbarse, se empieza a subir la camiseta dejando a la vista un precioso sujetador negro y un más que precioso busto debajo. "No, no hace falta que te quites la camiseta. Mira, túmbate primero y luego ya te subes un poquito el sujetador, ¿vale?". Se tumba boca arriba, se sube la camiseta de nuevo, y la veo que duda. "No hace falta que te subas la camiseta", le repito. "¿El sujetador lleva aros? Súbetelos un poco por encima y ya está". Desvío la mirada un poco como suelo hacer para evitar que esté incómoda y darle tiempo a que se prepare, y cuando vuelvo a mirar, veo por el rabillo del ojo que se ha subido el sujetador por completo dejando a la vista lo que yo no quería que dejara, aunque en cualquier otra situación no hubiera sido por falta de ganas.

No sé cómo describir la situación sin que esto parezca el diario de un quinceañero ni un relato porno cutre, pero lo único que se me ocurre decir es que menudo bellezón de chica, y qué maravilla de pechos. Tristemente, pese a haber mantenido ya relaciones sexuales, esas fueron las primeras tetas que he visto "en vivo y en directo" en toda mi vida, por lo que quedarán en mi recuerdo para siempre. Al menos puedo decir (¿con orgullo?) sin exagerar lo más mínimo que la primera vez que le vi las tetas a una chica eran perfectas.

A diferencia de mis experiencias sexuales hasta ahora (añado de nuevo con triste ironía).

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Anonymous Anónimo said...

Ey fenomen!!!!

Me alegro de saber de ti, y saber que estas bien. No sabía lo de tu nuevo empleo, pero me alegro un monton por ti. Te imagino y creo que te veo totalmente en tu sitio.

Te pega mucho lo de hacer feliz a la gente.

En cuanto a las actividades de tu trabajo... no sé si decir que me das envidia o no, porque tambien soy uno de esos vergonzosos que o salen de la sala o no podría controlar mis pupilas ;)

Que se le va a hacer, tan grandecicos y seguimos siendo unos quinceañeros, jeje.

A ver si nos vemos este verano! (esta chunga al cosa, o me toca la entrada en un sorteo o nanay...)

Un abrazote!!!

1:00 p. m., mayo 26, 2008  

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