Metiendo la pata

Dicen que es de sabios reconocer los errores, y sé por experiencia propia que cuesta mucho pedir perdón. Por eso valoro mucho cuando alguien lo hace conmigo, porque tampoco me pasa todos los días.

Hace poco me pasó, y mi respeto por la persona que se disculpó ante mí creció en gran medida. El viernes era mi turno. No con esa persona, pero metí la pata hasta el fondo, y con Sandra también tuve algún gesto que me hubiera gustado evitar. Creo que reaccioné bien y a tiempo, pero ya estuve todo el día tocado de moral. No me importa reconocer mis errores ante nadie, ni pedir perdón si me doy cuenta (algo que no siempre pasa en primera instancia), pero no es el mejor de los casos.

Lo ideal no sería corregir los errores, sino no equivocarse desde un principio, de la misma manera que no es más limpio quien más limpia, sino quien menos ensucia. De momento sigo metiendo la pata de vez en cuando. Por meter algo, digo yo.

Por suerte, a diferencia de hace apenas unos meses, en lugar de quedarme en casa todo el fin de semana dándole vueltas a lo mismo una y otra vez, supe animarme pronto. Esa misma noche me fui al cine con Ximo y su hermana, y sólo con pasar un rato con alguien ya se me fueron muchos fantasmas de la cabeza. No tiene nada que ver con que la hermana de Ximo siga igual de guapa y simpática conmigo, pero nada, nada, nada que ver en absoluto.

Y también ayudó mucho el recuerdo de la mañana del viernes, que pasé de una manera que a muchos les puede parecer de lo más corriente, pero para mí fue muy distinta, y muy agradable: de compras con dos grandes amigos.

Pero eso no es nada. Con estos dos amigos que no hace falta ya ni nombrar para saber quienes son, tengo varios planes a la vista. Este fin de semana que viene pueden pasar dos cosas: que sea una auténtica bomba, o que sea un petardo. Será que se acercan las Fallas.