Había que celebrarlo

Llevo mucho tiempo diciéndolo, y luego es normal que la gente no me crea, pero si digo que quiero ir a Alicante a ver a Anita es que quiero ir a Alicante a ver a Anita. Y como también valoro mucho los consejos de mis amigos y sé que me dicen las cosas por mi bien, el viernes le hice caso a Sandra y dejé de pensármelo. Parecerá una tontería, pero decidí que ya está bien de postponerlo y que sería este fin de semana o el que viene, y así se lo dije a Anita, para ver cuándo le viene mejor. Tampoco es que me haya lanzado mucho, lo sé, pero para mí es un primer paso.

Bien es cierto que su respuesta me dejó un poco frío (digamos que no estaba muy claro si mi visita iba a ser bien recibida) y hasta hoy no he salido de dudas, pero ya está todo arreglado: ha estado unos días enferma, y además prefiere que sea un día entre semana. Así que sigo planificando. Tampoco hace falta que mis padres se vayan al pueblo para yo escaparme. Ya saben que quiero ir a ver a una amiga especial.

Ayer, por otra parte, fue un día también especial. Comí pronto porque por la tarde tenía la oposición, el exámen famoso, el dichoso radiofir que tan poco he preparado por culpa del trabajo, los amigos que allí he hecho y la mala vida que me estoy dando con ellos. Obviamente no espero un gran resultado, pero me tiré las cinco horas del exámen concentrado en él, que tampoco me esperaba llegar a tanto. Sinceramente, contaba con hacerlo rapidito y salir de allí pronto, pero una vez puesto lo hice muy en serio y dentro de mis escasas posibilidades. Así que quién sabe, igual... no saco una nota bajo cero.

Al salir, tras ocho horas sin comer (ni beber, qué fallo no llevarme agua por eso de no pensar en estar cinco horas esgrimiéndome las neuronas), el agujero negro que apareció en mi estómago amenazaba con tragarse algo más que la luz de una estrella cercana. Yo ya iba con idea de salir por la noche, ya que tenía ganas de fiesta desde el viernes (raro en mí), así que me hice a la idea de que había que celebrar aunque fuera que habíamos salido vivos del exámen, y como no me esperaba nadie en casa (por no estar, no estaba ni el perro), empecé por cenar en un bar con mi colega físico (próximamente también colega radiofísico, si dior no lo impide). Y luego llegó la noche propiamente dicha.

Tenía mala pinta la cosa mientras dormitaba en el coche, aparcado en el centro de Valencia, esperando a que Taku acabara de cenar con su grupo para poder acoplarme, pero pronto llegó la diversión. Su grupo estaba formado por chicas en su mayoría, y aunque hubiera pocas solteras, es un cambio agradable para variar.

¿Cómo resumirlo todo? Fuimos a un local en Burjassot (Central Park, si no recuerdo mal) donde trabaja un amigo de Taku. Es decir, que los cubatas me salieron gratis. Empezamos bien. ¿Qué más? La única chica soltera del grupo en la que otro soltero se fijaría en una discoteca tenía muchas ganas de divertirse. Iba un poco cocidita, y no paró de bailar en toda la noche. ¿Y qué haces cuando una amiga suya te da ideas que no se te habían pasado por la cabeza hasta ese momento?

- Yo de ti cogería a Marta, me la llevaría y la haría una mujer, que es lo que le hace falta esta noche.

Efectivamente. No hice nada. Ni siquiera cuando al empezar Taku y yo una improvisada conga (¿pero cómo se nos ocurriría?) ella se agarró a mí. Yo sería incapaz de aprovecharme de una señorita en evidente estado de embriaguez. Claro. Será eso.

Pero ahí no acabó la cosa. Resulta que en un momento dado, una rubia me dio un pisotón, lo cual propició que su amiga me viera y se fijara en mí. ¿Y quién era su amiga? Pues Begoña. ¿Y quién es Begoña? Buena pregunta.

Hace menos de dos años se organizó una cena con la gente del instituto. Algún pequeño grupo había seguido manteniendo contacto, pero yo hacía diez años (que se dice pronto) que no veía a nadie de allí. Y aunque no estuvo en la cena Raquel, mi mejor amiga de entonces y merecedora de cuanto menos un post enterito para ella sola, y que iba a acudir pero al final nos dio plantón, sí que acudió Begoña, una de las que organizaron el evento y la que me avisó a mí del mismo. Y Begoña, ironías del destino, estaba anoche en Central. Y Begoña fue, con quince años, mi primer gran amor. Casi me da vergüenza llamarlo así con esa edad.

El caso es que sigue tan loca como siempre, y anoche yo estaba especialmente payasete. Me lo estaba pasando muy bien y tenía ese puntito de risa fácil. Bailamos, hicimos el tonto (que no tonteamos), y también, por qué no, hablamos. Al final parecían las típicas palabras en una situación así. Me alegro de haberte visto. A ver si coincidimos otro día. Pero por mi parte eran sinceras, y creo que por la suya también. Al menos ya sé, según me dijo, dónde suele ir casi todos los viernes por la noche.

Y no sé si ha llegado ese día en que mis escritos son más felices que tristes, pero la alegría que me llevé a casa tras una noche como la de ayer, aún me dura.

Actualmente escucho: Palm trees and power lines (Sugarcult)