Pregunta con trampa, respuesta tramposa

Si alguien me hubiera dicho hace apenas seis meses que iba a pasar una semana como esta, lo habría tachado de loco. Justo después de decirle lo poco que me conoce.

Será que he cambiado de amistades, o será que he cambiado yo. Pero ahora cuando me proponen salir, que es a menudo, no suelo negarme. Y si no, lo propongo yo mismo.

El lunes me propuso Ximo ir al cine por la noche junto con su hermana, puesto que el martes (algunos) tenían fiesta en la fábrica. Como yo trabajaba el martes por la tarde me podía permitir salir la noche de antes. Y aunque sólo fuera a ver una película, la compañía era interesante. Y no lo digo sólo porque viniera también Taku. Aunque yo ya conocía a Ana, fue la primera ocasión para ambos de charlar con ella.

Pasamos un rato muy agradable los cuatro, nos reímos mucho (la cerveza ayuda), y aunque Sandra no me crea, estuve muy tranquilo en todo momento porque yo sólo iba a ver una película. Ha habido y seguirá habiendo muchas coñas en el curro con Taku, yo y la hermana de Ximo, pero está muy lejos el momento en que haya algo serio por medio.

El miércoles, de nuevo, surgieron planes. En realidad Sandra hizo planes con sus amigos del barrio, y Taku y yo intentamos acoplarnos. Al final no pudo ser, y acabamos los dos junto con un amigo suyo jugando a los dardos (lo cual puede parecer un eufemismo para decir bebiendo cerveza, pero no: realmente hicimos las dos cosas), y después bailando en locales varios (y esto tampoco es un eufemismo para disimular nuestro alcoholismo: todo el mundo sabe que un hombre no sabe bailar sin un cubata en la mano).

La verdad es que fue diferente al lunes, claro. La noche en el cine fue más tranquila, tal vez por la compañía femenina, mientras que el miércoles fue, al menos en la parte del bailoteo... cómo decirlo... Me reí mucho haciendo el payaso (aunque no llegué a repetir mi famoso paso de baile que tanta gracia le hizo a Taku cuando lo vio por primera vez), y también bebí mucho para lo que yo acostumbro. Al final, antes de recogernos, tuvimos una conversación los tres, puede que más bien un monólogo por mi parte, hasta que estuve en condiciones de coger el coche y volver a casa. Y de esa conversación salieron muchas cosas, aunque no vienen a cuento ahora.

El jueves fue festivo (en el sentido de no-trabajo), y por la tarde me reuní con los antiguos frontenistas. El encuentro fue breve, y las asperezas que había últimamente entre nosotros parecen olvidadas. De allí (una cervecería, para variar) salí escopetao porque por la noche fui al cine otra vez, en esta ocasión sin Ana (pero con Ximo). Pero lo que no me esperaba era volver a verla esta semana. Ni a ella, ni al otro espécimen en extinción que conocí aquel otro día: Laila.

El viernes tocaba monólogo, y al final, que pum, que pam, acabamos allí más gente de lo esperado. Primero, porque acudieron los frontenistas, que no habían ido nunca. Y después Ximo, que no viene siempre, acudió con Ana. Y ella había quedado más tarde con sus amigas, así que allá que nos fuimos Taku y yo. Pero no porque los dos seamos solteros y en ese grupo hubiera dos solteras estupendas, nooooooo, qué va, qué va. Fue porque no nos quedó más remedio, ya que tanto mis amigos como Sandra y su grupo, que también estuvieron en el monólogo, se fueron todos a casa.

El caso es que volvió a ser una noche diferente. Porque en toda la semana ningún día quedé con tanta gente y tan distinta. Porque después de los monólogos solemos irnos a casa, y este viernes no pillé la cama hasta las siete. Porque no esperaba volver a ver a Ana tan pronto (y mucho menos a la guapísima Laila). Y porque hacía siglos que no sentía esa sensación tan extraña que experimenté cuando una amiga común de ambas me preguntó si no me gustaba ninguna de sus amigas.

Y claro, a lo mejor pequé de sincero, como siempre, pero le dije que sí. Lo que no le dije es cuál de las dos.