Experiencia turca

Otra cosa no, pero decidido... tampoco. Puede que haga las cosas más difíciles de lo que en realidad son, o puede que piense demasiado y sea poco lanzado. Y la prueba de esto tiene nombre: Anita.

Sigo con la intención (¿firme?) de que nos veamos, aunque la incompatibilidad de horarios (y la distancia, todo sea dicho) nos lo impida de momento. O tal vez soy yo, como decía antes. Por suerte parece que ella también quiere que nos veamos, porque hoy he recibido un correo suyo, y no me lo esperaba.

Espero que las negociaciones lleguen a buen puerto, porque me apetece mucho verla. Soy un idiota, pero no puedo evitar recordar lo que hubo entre nosotros, y realmente lo echo de menos. Nunca he sentido nada igual por una chica, ni siquiera por Inés, porque a pesar de la distancia sé que el sentimiento era mutuo. Y fue bonito mientras duró. Muy bonito. Con final triste, eso sí. Como la vida misma.

La otra noche me acordé de Anita sin venir a cuento. Fui con un compañero del trabajo a cenar a un restaurante turco, uno de esos kebabs que tanto proliferan últimamente en Valencia. Yo nunca había probado la comida turca, así que fui a ver qué me encontraba. Y me encontré con que el sitio era muy limpio, la comida me gustó hasta el punto de quedarme con ganas de probar más platos otro día, y el servicio fue excelente. Rápido, profesional y... la camarera derrochaba simpatía y belleza a partes iguales. Y ese puntito de hablar castellano bastante bien pero con acento, hacía de la chica algo digno de elogio.

Y aunque nunca había estado en un kebab antes, la de esa noche no fue mi primera experiencia turca. Hace mucho, y en un sentido no gastronómico, ya tuve otra. Aunque fuera más fantasía que realidad, y aunque por aquel entonces no supiera qué es lo que estaba haciendo.