A blast from the past

Los caminos del Señor son inescrutables. Yo no soy religioso, ni creo en el destino. Creo mucho más en las casualidades, o en la simple estadística.

Hace no mucho me acordé de una chica muy especial para mí. Leo en varios blogs que hay quien busca su media langosta a través de internet, con más o menos éxito. Yo estuve a punto de conseguirlo. Posiblemente se trata de la única chica de la que me he enamorado. He sentido cosas muy fuertes por varias chicas a lo largo de mi vida. En el peor de los casos ellas no sentían nada por mí. En el mejor, ni siquiera sabían nada de lo que yo sentía, por lo que me ahorraba el bochorno de otro rechazo. Con Anita, aunque a distancia, fui correspondido.

Nuestros primeros contactos fueron en un chat. Intercambiamos nombres falsos, fantasías, relatos a una mano con los ojos entrecerrados, dejando volar la imaginación. Para mí ella fue la primera, y la única, con la que experimenté el lado oscuro de los chats. Pronto los encuentros fueron más frecuentes, y dejamos el anonimato a un lado. Sin darme cuenta, estaba perdidamente enamorado. ¿Cómo es posible, si nunca nos habíamos visto? La televisión está llena de casos similares, así que yo creía en ello. Supongo que soy un romántico.

Pero había un tercero en discordia, con el que yo no podía luchar. Fue la única vez en mi vida en que las palabras, aquellas que me relataban la existencia de mi rival, me causaron auténtico dolor físico. Fue como una puñalada directa al estómago.

No quiero extenderme en la historia ni remover el pasado, porque tuvo un final triste para mí. Ella eligió al tercero en discordia y no supimos nada el uno del otro durante unos años. Nuestros ciberencuentros nunca tuvieron lugar en la realidad, ni en mi ciudad ni en la suya. Sólo en mi imaginación. Con aquel otro le fue mal, pero ya era tarde para que hubiera algo entre nosotros dos. Me convertí en su amigo por internet. Alguna vez hablamos, ella me contaba sus problemas, que eran muchos, y yo le aconsejaba. Quiero pensar que sirvió de algo.


Anoche, después de ni se sabe cuánto, entré al messenger, testigo de nuestras infinitas conversaciones en tiempos felices. Y allí estaba ella. Nunca la eliminé de mis contactos, nunca borré su número de teléfono. No le guardo rencor. Y hablamos como si nunca hubiera pasado nada malo entre nosotros. Han pasado casi cuatro años de todo aquello, y se nota. Ella era muy joven, y ya no lo es tanto. Lo utiliza como excusa cuando le recuerdo lo que pasó, y le creo. Todos maduramos a base de tiempo y experiencias. Sobre todo malas experiencias, es inevitable.

Ha cambiado. Ya no tengo que pedirle veinte millones de veces que me mande una foto suya para conseguir que lo haga y la primera imagen que vea de ella sea la de cuando era un bebé. Ya no tengo que suplicarle una y mil veces que me deje ir a su ciudad a verla. Sólo para verla. Cuando me dejó hacerlo es porque ya se había decidido por el otro chico. Ahora es ella la que insiste en venir a verme. Y ahora no sé si yo quiero que nos veamos.

Porque si algo me enseñó lo mal que lo pasé entonces, es que las relaciones a distancia no tienen futuro. Eso no quiere decir que si ahora volvemos a vernos vaya a pasar algo, pero tengo demasiada imaginación, y anoche, después de que habláramos, se disparó. Ella fue la única, amor aparte, que sé con certeza que en algún momento quiso acostarse conmigo. Y aunque sé que nunca me va a decir aquello de tonight I'm gonna give you all my love in the back seat, la mera posibilidad de que eso ocurra, me aterra.

Y de qué manera.