Y cuánto duele a veces

Desde que subí un nuevo peldaño en mi frikismo y me pasé a los feeds, mis hábitos de navegación ya no son los mismos. Ahora raramente descubro páginas nuevas que me interesen, ya no me pierdo entre enlaces a enlaces a enlaces. El otro día me di cuenta de esto y en un arranque de nostalgia, ahora que tengo tiempo por la operación, abrí mi carpeta de favoritos, y concretamente el apartado de los blogs. Antes seguía muchos más que ahora, y algunos de ellos, a cuyos autores les perdí la pista, ya no existen. Otros sí existen, pero no están actualizados. Yo ahora les comprendo. De repente tu vida cambia, y también tus prioridades.

En este tiempo no he olvidado mi blog. Sigo con curiosidad cada nueva visita, que algunas hay todavía, y no me han faltado ganas de escribir, pero sí tiempo. De todas formas, me resistía a pensar que este blog había muerto. Como terapia y desahogo empezó hace dos años, y como terapia lo retomo de nuevo. Qué bonito es el amor, y cuánto duele a veces. Ahora mismo creo que no me merece la pena.

Mi vida desde luego ha cambiado desde que tengo una relación de pareja, y en casi todo para bien. Justo antes de operarme (por segunda vez de un quiste pilonidal), estaba bastante agobiado. Sacaba tiempo de donde podía para irme a ver a Primilla, que estaba muy liada con sus exámenes, y llegué a estar cansado (no hastiado, sino agotado) de tanto coger el coche y pasar tanto tiempo fuera de casa. Cierto, cuando estaba a su lado sí me compensaba el esfuerzo, porque no pensaba en otra cosa que no fuera ella, pero estaba cansado. Y aguanté tal vez más de la cuenta, conscientemente, porque sabía que al operarme iba a estar una temporadita inválido en casa, y echaría de menos, entre otras cosas, coger el coche.

Llevo dos semanas operado, y ya se me caen las paredes encima. Y no porque eche de menos a Primilla, que ha venido a verme prácticamente a diario. De hecho ha venido demasiadas veces.

Su vida también ha cambiado. Se ha volcado tanto en nuestra relación que ha dejado un poco de lado a sus amigos hasta el punto de echarlos mucho de menos. Y ellos, a diferencia de los míos, también la echan de menos a ella. Y no es que mis amigos no me quieran, pero ni tengo tantos como ella, ni los suelo ver, en condiciones normales, tan a menudo. Es diferente.

Y desde que estoy operado la cosa ha empeorado mucho. Yo no puedo salir prácticamente de casa, y cuando Primilla viene a verme no hay opción: nos quedamos en mi habitación, sí o sí. Como mucho podemos cenar en mi casa algún día, si mis padres no están, o podemos salir a pasear diez minutos. Así que no puedo reprocharle que se agobie.

Lo que no entenderé nunca es que se esté planteando sus prioridades sólo por esto. Ni le pedí que dejara sus amistades, ni que cambiara tan radicalmente su vida, ni que viniera a verme a diario. Como tampoco entenderé que esté a punto de poner fecha de caducidad a nuestra relación a pesar de darle yo todas las facilidades del mundo para que vuelva a sus hábitos anteriores e intentar acoplarme yo a ellos. No necesito verla todos los días. Sólo quiero saber que cuando la vea, ella me seguirá queriendo.

Soy un iluso, lo sé, y tengo mucho que aprender seguramente, pero yo no lo veo tan complicado como me dicen que es. Sólo espero que si me deja, no sea por un motivo equivocado. Yo no dejaría a alguien a quien quiero sin antes haberlo intentado todo.

Como tampoco me resigno a que esto sea el fin.