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10 enero 2007

Qué bonito es el amor (II)

Primilla me había preguntado unos días antes si quería ir con ella a ver la cabalgata de Reyes. Pensé que iría en familia, con su madre y su hermana, pero al final sólo era con su hermana, y yo me fui con ellas, aunque pensaba ir igual aunque fuera toda la familia. Al fin y al cabo les caigo bien a todos, y ellos a mí.

También vino Benjamina con su novio. Soy feliz con muy poco, lo cual no quita que me desespere por conseguir más, pero cuando por fin, durante la cabalgata, la hermana pequeña se entretuvo con ellos y dejó de interponerse entre Primilla y yo, y ella me cogió la mano y yo la rodeé por detrás con mi brazo, volví a ser el hombre más feliz del mundo. Después nos fuimos a tomar algo, y Primilla una vez más tomó la iniciativa. Había quedado con ObsesiónPasada por la noche, pero no le apetecía ir: quería estar conmigo, me lo dijo directamente y para mí eso fue más bonito que cualquier piropo. Una vez más yo era el más feliz del mundo, más incluso que unos minutos antes cuando pensaba que no era posible mayor felicidad. Esa fue la tónica de todo el fin de semana, en un in crescendo sin fin.

Fuimos a su casa a dejar a la hermana, y me cedió el mando de la noche. ¿Dónde quería llevarla a cenar? Elegí un italiano, que sé que le encantan aunque ella desconociera que yo poseía esa información. Le gustó, por supuesto, y yo le invité (por supuesto). Después fuimos con idea de acercarnos a la playa, donde montan un mercadillo sólo en la noche de Reyes, pero había muchísima gente y desistimos. Intentamos llegar a tiempo a un centro comercial para ver una película que ella llevaba tiempo queriendo ver con Obsesión, pero no estaba en sesión golfa y tampoco pudimos.

Decidimos entonces aparcar el coche y quedarnos charrando, y acabamos en la Ciudad de las Artes y las Ciencias, al lado de unos jardines a donde ella le gusta ir a pasear. Hacía frío, pero yo quería pasear con ella. Soy un golfo, como Primilla no deja de recordarme, porque en el fondo lo que yo quería era pegarme a ella y besarla cómodamente, y en el coche era imposible. Bajamos a ver si no hacía mucho frío, vimos que sí, y regresamos pronto al coche. Pero la detuve antes de dejarla entrar, y la besé. Puede que se sorprendiera, pero no fue la única. Me encontré con unos labios más receptivos que antes, y con su lengua jugueteando con la mía, y con toda ella con una entrega y una dulzura que no me esperaba.

Esta vez sí que fue un primer beso de película. El remate perfecto para un día muy especial, en un escenario precioso... con ella. Sé que no soy imparcial, pero para mí realmente fueron unos pocos segundos mágicos. Tuve la sensación de que el mundo a mi alrededor dejó de existir durante un instante. Uno de los padres de la física moderna, Schrödinger (y lo siento por la frikada que voy a decir), nunca me cayó bien por tener que pelearme con sus teorías y su famosa ecuación durante la carrera, pero siempre le recordaba por una frase suya cuyo acierto todavía no había tenido ocasión de comprobar. Hablando de la dilatación del tiempo y la contracción del espacio, tan de moda ahora con películas como Déjà Vu, Schrödinger explicaba que para experimentar lo intemporal, es suficiente una circunstancia que, sin suspender el tiempo, nos haga simplemente adherirnos al presente. "Ame a una muchacha con todo el corazón y bésela en la boca: el tiempo se detendrá y el espacio dejará de existir". Y cuánta razón tenía.

Llevé a Primilla a casa y volvió a pedirme si la acompañaba a su portal, y añadió un "me estás malacostumbrando". Por primera vez en mucho tiempo, seguramente, se estaba dejando llevar pese a haberme dicho unas semanas antes que su corazón estaba vacío y así estaba muy bien. Pero yo sabía que es una fase que hemos pasado todos tras una ruptura o un desengaño, y que era trabajo mío que quisiera volver a sentir todo eso. Y parece que lo estaba consiguiendo. La acompañé a su patio, y esta vez entramos dentro. Porque hacía frío, pero también por algo más: ella es muy tímida, y posiblemente no quería que el beso que nos esperaba para despedirnos fuera tan en público. Una vez más sentí su boca, la sentí a toda ella, y por enésima vez ese día, y por no sé qué vez esa semana, yo era el hombre más feliz del mundo, y nada podía superar aquella sensación.

Pero sí podía.

Anonymous Anónimo said...

No quiero que te pongas celoso, pero es que te explicas de una manera que me parece ser yo el que está ahi!! ;)

No hace falta que te diga lo mucho que me alegro por tí (y por ella, que sé que eres un buen partido), así que voy a decirte otra cosa: lo de Schrödinger es una frikada!! jajaja.

Un abrazote enorme.

2:41 p. m., enero 10, 2007  
Blogger Mari Carmen said...

Ayy q tierno!!! Me parece q te están pasando cosas muy bonitas, pero q solo es el principio de algo más grande... Sigue contando!!!
Besotes

4:00 p. m., enero 10, 2007  
Anonymous Anónimo said...

Jó, haces que desee vivir algo así de bonito... jajajaja y como te gusta dejarnos con la miel en los labios.

De veras, me alegro un montón por ti al leer todo esto :-)

9:53 a. m., enero 11, 2007  
Anonymous Anónimo said...

enorawena!!!me alegro por ti.tengo q confesar q siento una envida horrible jejeje.un bsito

7:58 p. m., enero 13, 2007  
Blogger MeTis said...

ayyyyy me has dejado con la miel en los labios¡ y que mas???¡¡¡¡

Ves, a veces simplemente se trata de insistir y esperar.

besos

6:17 p. m., enero 14, 2007  
Blogger Srta. Effie said...

Bueno, bueno, bueno...cuanta novedad novedosa.
Y para cuando el resto de la historia? O lo cuentas ya o te torturo con crucigramas... así los puedes resolver con la ayuda de la sra. de Weenie ;)

Un besito con muleta.

5:49 p. m., enero 15, 2007  

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