Menuda diferencia

Qué alegría de Semana Santa, y para no haber hecho nada del otro mundo, qué bien han pasado estos días. Y qué diferencia con la última vez que me quedé solo en casa. No quiero ni recordarlo.

En estos días suele pasar lo que suele pasar, que todo el mundo hace sus planes, que por lo general implican irse bien lejos, y el que no los hace, o sea yo, se queda solo. Pero esta vez la soledad no me fue nada desagradable. Con mis propios horarios para comer/cenar, que no coinciden con los que habitualmente me imponen en casa por el horario de trabajo de mi padre, e incluso cocinando yo, que también me gusta; con libertad para ir a donde quiera, por lo general al cine o de compras, o simplemente a hacer ejercicio, sin dar explicaciones; con tiempo para simplemente tumbarme al sol a leer un libro sin que nadie me moleste; con la posibilidad, no siempre existente, de invitar a comer a mis amigos a casa, o al menos a los pocos que han quedado por aquí...

En resumen, lo dicho: para no haber hecho nada del otro mundo, qué bien me han sentado estos días. Incluso pensaba irme con Sandra y sus amigos de barbacoa al pueblo de uno de ellos, pero al final no pudo ser y tampoco me importó. Está claro que aquella soledad que sentía en Diciembre no estaba sino en mi interior, y no alrededor mío. Esta cabecita mía no deja de sorprenderme por los problemas nuevos que me da de vez en cuando.

Lo peor de estos días, que no es tan malo al fin y al cabo, fue la constatación una vez más de que con Rafa y Vicente las cosas ya no son como eran. No digo ya con mi tío, que no pudo venir a la barbacoa el sábado, y que es un mundo aparte, pero en general la reflexión es con los tres. Al menos parece que lo voy asumiendo como algo natural, que no tiene remedio pero que tampoco quiero buscárselo. Sigue habiendo diferencias, y suponque que siempre han estado ahí, pero ahora no las tolero como antes.

Seguiré haciendo planes con ellos, supongo, aunque choque totalmente con su forma de ver las cosas, muchas cosas, y por eso cada vez les veo menos. Lo último: quieren ir a la Fórmula 1 cuando haya gran premio en Cheste, y quieren hacer una lan-party como hacíamos antes... No fuimos a Montmeló porque era muy caro, y un año después todavía no sé por qué no quisieron hacer la party en mi casa cuando se lo propuse, así que, que no cuenten conmigo para ninguna de las dos cosas. Siempre quieren hacer cosas y nunca hacen nada.

Ya no estoy enfadado con ellos. Les sigo invitando a comer en casa, no me importa, y que beban y se diviertan es normal... pero que uno de ellos acabe echando hasta la primera papilla en el suelo de mi lavabo, pues no tiene gracia. Nunca me ha pasado, y tal vez por eso lo veo así, pero si ya es penoso beber hasta llegar a ese extremo cuando tienes quince o dieciseis años, con más de treinta no le veo justificación alguna.

Recuerdo la primera barbacoa que hice recién mudado a esta casa, que fue con ellos, y lo bien que nos lo pasamos. Qué diferencia con la del sábado, y qué triste que así sea. Recuerdo lo mucho que me reía con ellos y me da pena que ahora no sea así, pero parece que lo voy asumiendo. Quién sabe si dentro de un tiempo las cosas volverán a cambiar, para mejor.