Rollercoaster

La vida es una montaña rusa. Una maldita montaña rusa. Sólo así me explico mi estado de ánimo después de una noche, memorable, como la de ayer.

Ya no puedo decir que hace años que no piso una discoteca. Estuvimos celebrando el cumpleaños de Taku con su correspondiente bailoteo. Sandra estaba guapísima. Sigue sorprendiéndome día a día, y ayer no fue sino con su cariño. Los besos que me mandaba por el messenger y me prometió convertir en realidad cuando surgiera la ocasión, se produjeron anoche. No estoy acostumbrado a las caricias, y las suyas me erizaban la piel.

Todo esto no tiene ninguna connotación sexual. Aunque muchos no me crean, y sé que Sandra es uno de ellos, no pensé en eso en toda la noche. Fue mucho peor.

Hablamos mucho durante la cena. Podría pasarme horas y horas escuchando su voz y ahogándome en sus ojos. También nos reimos bastante. Incluso bailamos, y para mí fue todo un logro. Yo me encontraba muy a gusto, pese a un comienzo de la velada bastante incómodo, aunque no por el hecho de conocer a gente nueva, los amigos de Taku, sino por sentirme extrañamente fuera de lugar. Fuera de mi ambiente. No suelo salir todos los fines de semana ni mucho menos.

Pese a todo, como digo, todo iba muy bien para mí. Lo que era inevitable es darle vueltas a la cabeza después, una vez pasado todo. Llegué a casa pasadas las ocho de la mañana, y he dormido apenas tres horas. No sé si tiene algo que ver con el torbellino de ideas que rondan mi cerebro desde ayer.

Aunque tampoco viene de ayer el asunto. Hace días que la duda se planteó en mi incorregible cabecita. Duda alimentada, todo sea dicho, por Taku. Sé que bromeamos continuamente, que soy yo el que lo empezó todo. Pero momentos como los de anoche me hacen dudar de mí mismo, tan seguro como estaba.

Conozco a más gente a quien le ha pasado. No soy el único que ha dudado alguna vez de sus sentimientos hacia una amistad. Hay personas adorables, como Sandra, que se hacen querer. Es casi inevitable.

Siempre lo he tenido muy claro. Hoy lo tengo claro, sin el muy. Nunca sentiré nada por ella, porque es algo imposible. No me sirven los "y si pasara esto...", "y si resulta que lo otro...". Podría plantearme mil hipótesis y no me llevarían a ninguna parte.

Lo que es innegable es que Sandra es muy feliz con su novio. Tan feliz que se le ilumina la cara cada vez que habla de él. Tanto, que me dijo que si algún día se acababa lo suyo, se vendría conmigo (y esto lo digo yo) tan segura está de que su amor es para siempre. Le quiere tanto, y es tan feliz, que me resulta imposible desear que algo pase. Probablemente eso la destrozaría. ¿Quién sería capaz de desear algo así?

Lo voy a decir sin rodeos: Sandra es posiblemente la persona más maravillosa que conozco. Y yo me siento feliz a su lado, aunque hay algo que me da miedo, y tampoco puedo negarlo. Sería muy fácil tirarlo todo por la borda. Sé cómo, y no pienso dejar que ocurra.

Así que seguiré disfrutando de la situación mientras pueda, y si se repiten más noches como la de ayer, no pienso echarme atrás. Cuando pienso en ella sólo se me ocurre una cosa, y sé que es una cursilada pero no pude evitar decírselo antes de despedirnos.

- Muchas gracias, Sandra... por existir.