La tarjeta me la guardo

Anoche volví a salir con mis amigos. ¿Existen los ex-amigos? Porque últimamente esa es la impresión que me queda al pensar en ellos.

Estaba en un momento de la velada escuchando hablar a uno de ellos y no pude evitar pensar en que ya nada será como antes entre nosotros. Existe la misma complicidad, las mismas bromas. Han sido muchos años quedando prácticamente todos los fines de semana del año. Anoche incluso se portaron medio bien conmigo. No me dieron mucha caña, al menos no más que yo a ellos, y el grado de alcoholemia era similar en todos, así que tal vez eso hizo que la cosa se igualara. Pero ni por esas.

No pude evitarlo y les eché en cara una de las dos cosas que les tenía guardadas: que no pienso volver a hacer una LAN party con ellos nunca. Y eso que nunca es mucho tiempo, pero si me lo propongo puedo ser muy, muy cabezota. Y sé que no está bien, pero a veces soy rencoroso, y con ellos ya me he cansado de aguantar ciertas cosas. En cuanto a lo del padel, una de las escasisisisísimas veces que les he mentido con premeditación y alevosía, estuve a punto de decírselo también. Pero eso quedó para mejor ocasión.

Luego estuvimos cenando. Antes de vernos llevaban una idea de dónde querían ir, yo (para variar) me negué en redondo e hice mi propuesta. Ellos la rechazaron, y llegamos a un punto medio: quince minutos andando, y Pizza Roma al canto. Me gustaría decir que lo mejor fue la compañía, pero no. Para mí lo mejor fue la comida, y mira que me duele reconocerlo.

Y finalmente nos metimos al cine. Y de nuevo me llevé un chasco con ellos. No sé qué nos pasa, posiblemente soy yo, pero ya nada es como antes, y como digo, dudo que alguna vez vuelva a serlo. Ya no coincidimos ni en el cine. Llamadme extremista (ellos lo hicieron con respecto a otro tema), pero no me explico cómo les gustó más Charlie y la fábrica de chocolate, que Sin City. Bueno, sí me lo explico: para gustos, los colores, y lo respeto. Y mis gustos en cuanto al cine (como en muchas otras cosas) son cuanto menos peculiares. Pero esto antes no nos pasaba. Éramos los cuatro igual de peculiares.

¿Será que he cambiado desde que no les veo todas las semanas? Y si es así, ¿ha sido para bien?

¿Será que (por fin) he empezado a no callarme lo que no me gusta o me molesta de ellos? Y si es así, ¿el precio que pagaré será perder a los que fueron mis mejores amigos durante muchos años (uno de ellos mi propio tío)?

¿Será que la amistad, como el amor, un día se acaba, y donde hubo fuego quedan tan solo cenizas? ¿Se puede culpar a alguien si eso ocurre?

De camino al coche ya iba pensando en todo esto, cuando al llegar me encontré en la ventanilla con lo que parecía la típica invitación para la típica discoteca de las que pueblan la noche valenciana. Pero no era exactamente eso.

Por si no tenía ya suficientes dudas últimamente.