Cosas que no sólo pasan en la tele

El vecindario anda revuelto. Revuelto, y sorprendido. Las desgracias surgen cuando y donde menos te lo esperas. Al menos todavía no ha pasado nada que no tenga remedio, pero tiene pinta de que puede pasar. Y ojalá me equivoque.

La fachada de normalidad que aparentaban los vecinos de la esquina no era más que eso, una fachada. Una pareja joven que aunque sin casar, parecían tener un futuro prometedor juntos. Muchas veces he hablado con los dos, sus perros han jugado con el mío en múltiples ocasiones, y recientemente he admirado en secreto el generoso escote de M.J., la vecina del mini vestido.

Anoche, mientras la Guardia Civil se llevaba detenido a E., ella se quedaba en casa llorando. Lo que ocurrió, empezamos a conocerlo a primera hora de la mañana: violencia de género.

La penúltima paliza (ojalá fuera la última, pero lo dudo), fue anoche. El hermano de M.J. acudió al rescate y tuvo que llevarla al hospital, y tras la pertinente denuncia y orden de alejamiento las fuerzas del orden detuvieron al agresor. Al parecer es reincidente.

Esta mañana se ha presentado en su casa la familia entera de M.J., así como sus suegros. ¿La sorpresa? Que mientras la familia se quedaba en el jardín porque ella no habría la puerta, los suegros estaban dentro y la convencían de que retirara la denuncia.

Tarde o temprano, el agresor volverá a convivir con la víctima. Y no hay excusa ni amor suficiente por parte de ella para permitir que eso ocurra. Alguien debería decirle que los maltratadores, al igual que los violadores, lo son durante toda su vida.